martes, 26 de agosto de 2008

RE-CORDIS...


Lo vi con otros ojos; hacía aspavientos sobre un fondo rosado que se resistía al negro, aaaahhhhhh, los atardeceres en la colina, leídos y retratados por la brisa de siempre.
Los atardeceres que envolvieron a los “nadas”
a finales de los cincuenta.
Los atardeceres que vieron pasar a “el primer enemigo de macondo”, de arriba a bajo de izquierda a derecha,
diluido de sol, en el asiento trasero del coche de un Calibal.
Los atardeceres del infinito blanco y del chorreante rojo.

Demos gracias por nuestra pobreza, dijo el tipo vestido con vino.
Lo vi con otros ojos; deambulaba por un barrio colonial,
de colores y café, entre la quinta y el acueducto.
Demos gracias por nuestra violencia, dijo, aunque sea estéril
como un fantasma con grilletes,
aunque a nada nos conduzca en la larga senda,
tampoco estos caminos conducen a ninguna parte.

Lo vi con otros ojos; parecía un pez nadando entre rayas
y mirada cimofana y triste
y viajaba por los pueblos de la región andina
como si anduviera perdido, desalojado de la mente,
desalojado del sueño grande, el de todos,
y sus silencios eran, madre mía, terroríficos.

Parecía un pez nadando entre rayas,
ropas largas y mirada cimofana y triste.
Y viajaba como un trompo por los pueblos de la región andina
sin atreverse a dar el paso, sin decidirse a bajar al averno.

Lo vi con otros ojos ir y venir
entre vendedores ambulantes y borrachos, reparado,
con el verbo taciturno por calles de colores y café.
Parecía un pez blanco con un Azul entre los labios
o unos besos sin filtro.
Y viajaba de un lado a otro de los sueños,
como un pez de mar, sumergiendo su desesperación,
bebiéndosela.

Un pez blanco nadando entre rayas bajo el sol Andino,
en las tierras regadas de alcohol y palabras ilustradas del Valle,
la puerta de la ciudad que encerró al diablo,
la puerta de la mente desalojada, el puro azote,
y el maldito pez blanco allí estaba,
nadando entre rayas y su Azul aprisionado entre los labios,
y tenía la misma mirada cimofana y triste de siempre.



En los pies de la sexta su alma encontró a su corazón.
Destrozado, pero vivo, sucio, mal vestido y lleno de amor.
En los pies de la sexta, allí donde no quiere ir nadie.
Un camino que solo recorren los poetas
cuando ya no les queda nada por hacer.
¡Pero él tenía tantas cosas que hacer todavía!
Y sin embargo allí estaba; haciéndose querer
por anuros psicodélicos y también
por anuros básicos, recorriendo las noches vacías;
la cometa que se elevaba hasta tocar las estrellas.
A veces su corazón lloraba. El mar del ser, decían
unos labios quemados que luego descubrí eran los míos,
el mar del ser, el mar del ser,
el éxtasis que se pliega en las riberas de estas calles
de almas abandonadas.
Funambulistas y teólogos,
adivinadores y salteadores de caminos emergieron
como realidades hídricas en medio de una realidad cabalística.
Solo la fiebre y la poesía provocan visiones.
Solo el amor y la memoria.
No esas calles y esas llanuras.
No esos laberintos.
Hasta que por fin su alma encontró a su corazón,
allí, en los pies de la sexta, tímida, ocultándose de su deseo.
Estaba enfermo, es cierto, pero estaba vivo.

raúl

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